






Tres horteras, tres cadáveres, aunque no por cursis.
(The previous month, o sea, un mes antes)
Un guardia civil de la aduana del aeropuerto, con pinta de estudiante aprovechado de biológicas, mira sin compasión al viajero en silla de ruedas. El sujeto debe andar por los cuarenta. El guardia se fija en las piernas del impedido.
“Piernas raras ¿no?”.
El minusválido contiene la mala hostia evidente que pugna por emerger.
“No son piernas, son prótesis”.
El guardia enarca las cejas, tal vez queriendo saber.
“Amputadas tras un accidente”, explica el lisiado con ojos llameantes.
“Perdone”, replica el de verde sin el menor ánimo de disculpa. “¿Por qué la silla entonces?”. “Con las prótesis me canso”, explica el otro. "Y por estética. La gente se espanta de los muñones".
Unos metros atrás, tres tipos maduros tirando a pochos, vestidos de azul hortera, esperan turno para el trance aduanero.
“Somos el trío Caleuche”, explica el mayor, un tío sin un pelo de tonto ni de los otros, que muestra obsceno una calva brillante como si la hubiera encerado. “Conjunto musical chileno”, añade encantado. El guardia civil encoge los hombros, indiferente. Los mandos les tienen dicho que no confraternicen con el personal.
“De fastuosa gira musical”, continúa el plasta. “En la que ofreceremos al querido público español nuestras últimas creaciones” explica otro miembro del trío, almibarado hasta provocar diabetes .
“Ya”, acota el agente de verde sin importarle un huevo. Se pone severo. “Este pasaporte caduca en seis días. Van a tener que acabar la gira antes de empezar”, ironiza. Entrega el pasaporte del calvo enorme a un colega de verde como él y le murmura algo al oído. “Un momento” explica educado al musical trío, pero tiene expresión de querer trincar a alguien.
“Piernas raras ¿no?”.
El minusválido contiene la mala hostia evidente que pugna por emerger.
“No son piernas, son prótesis”.
El guardia enarca las cejas, tal vez queriendo saber.
“Amputadas tras un accidente”, explica el lisiado con ojos llameantes.
“Perdone”, replica el de verde sin el menor ánimo de disculpa. “¿Por qué la silla entonces?”. “Con las prótesis me canso”, explica el otro. "Y por estética. La gente se espanta de los muñones".
Unos metros atrás, tres tipos maduros tirando a pochos, vestidos de azul hortera, esperan turno para el trance aduanero.
“Somos el trío Caleuche”, explica el mayor, un tío sin un pelo de tonto ni de los otros, que muestra obsceno una calva brillante como si la hubiera encerado. “Conjunto musical chileno”, añade encantado. El guardia civil encoge los hombros, indiferente. Los mandos les tienen dicho que no confraternicen con el personal.
“De fastuosa gira musical”, continúa el plasta. “En la que ofreceremos al querido público español nuestras últimas creaciones” explica otro miembro del trío, almibarado hasta provocar diabetes .
“Ya”, acota el agente de verde sin importarle un huevo. Se pone severo. “Este pasaporte caduca en seis días. Van a tener que acabar la gira antes de empezar”, ironiza. Entrega el pasaporte del calvo enorme a un colega de verde como él y le murmura algo al oído. “Un momento” explica educado al musical trío, pero tiene expresión de querer trincar a alguien.




El tullido tiene ahora por delante nueve o diez años (incluso once según qué señoría le juzgue). Años para meditar. Aquel terceto musical más cursi que un repollo con lazos es responsable de este mal paso.
El lisiado ha situado la silla bajo una especie de porche alargado en el patio del módulo. Concentrado. Un anciano de cabello y barba largos y canosos, amarilleados hasta el asco, barre sin entusiasmo el suelo de cemento alisado y agrietado, ayudado de una escoba roñosa y un recogedor sucio. Le cogieron con dos maletas repletas de farlopa, el tío. Cuenta a quien quiera escucharlo, que no entiende cómo sospecharon de él, porque, en aquel entonces, tenía una venerable y respetable pinta de abuelo. El impedido lo mira indiferente en tanto crece en sus adentros una rabia sorda, sorda y profunda como una sima marina. Un preso con gafitas y pelo de rata, de unos cuarenta y muchos inviernos muy mal llevados, camina decidido a lo largo del patio hasta que un muro de quince metros le obliga a dar la vuelta, y vuelta a empezar. Otros tres internos andan en sentido transversal, como si fueran a algún sitio, pero a los treinta metros también han de girar. En la prisión no se va a ningún lado.
El minusválido contempla a otros dos encarcelados que fuman sentados en un banco de cemento con cara de aburrimiento universal. Un preso mulato asoma la jeta por la puerta de la reducida peluquería que da al patio. “¿Alguien para raparse?” pregunta sonriente a todos y a nadie.
¡Diez años con esa tediosa, plomiza y oscura porquería! El impedido está furioso, quiere estar furioso, necesita estar furioso. Para que la rabia le impulse, para que le alimente el odio y le mantenga intensa la voluntad de venganza. Aquellos tíos irrisorios…
Le quitaron el grueso de la coca, el que ocultaba en las prótesis, pero, para su sorpresa, no revisaron la silla de ruedas. Una codicia sin límite y una ambición sin freno le habían hecho rellenar algunos recovecos del artilugio rodante. Para gastos e imprevistos, pensó. Además habrá suficiente para algún encargo que otro.
En la cárcel de preventivos entra y sale la gente. No entran por una puerta y salen por otra, como la ignorancia popular denuncia. Salen por la misma puerta por la que entraron. Pero entran y salen, eso es una realidad. Y en la cárcel se hacen amigos. O socios. Y se hacen negocios, contratos. Tal vez.
Y, en el ínterin, la rabia fértil y, finalmente, el desquite.

Le quitaron el grueso de la coca, el que ocultaba en las prótesis, pero, para su sorpresa, no revisaron la silla de ruedas. Una codicia sin límite y una ambición sin freno le habían hecho rellenar algunos recovecos del artilugio rodante. Para gastos e imprevistos, pensó. Además habrá suficiente para algún encargo que otro.
En la cárcel de preventivos entra y sale la gente. No entran por una puerta y salen por otra, como la ignorancia popular denuncia. Salen por la misma puerta por la que entraron. Pero entran y salen, eso es una realidad. Y en la cárcel se hacen amigos. O socios. Y se hacen negocios, contratos. Tal vez.
Y, en el ínterin, la rabia fértil y, finalmente, el desquite.