domingo, 4 de noviembre de 2007

Avisad a mi madre

Las muñecas le sangran con abundancia, pero el majadero ríe. No lo hace con estruendo, como sería propio de un loco, sino con cierta suavidad, pero el muy cretino se ríe. Y está loco.
Esa es la razón por la que está internado en la planta de psiquiatría de la enfermería de la cárcel. Esa planta es la tercera del edificio de la enfermería; en las otras dos hay pacientes con otras dolencias y patologías, pero no están chalados. O no consta. A Antolín lo encerraron ahí en cuanto llegó.Le pegó una paliza a su madre, ya mayor, y los vecinos de al lado, hartos ya, vencieron el miedo miserable que induce a no meterse nunca en los problemas de los demás y llamaron al 091.
La madre quedó con el brazo izquierdo roto, la mandíbula desencajada, moretones por todo el cuerpo, el rostro sangrante, dos dientes rotos y, sobre todo, un dolor en el alma que nadie podría describir. Y Antolín fue a parar ante un juez que lo facturó de inmediato para la prisión.
Hace ya un mes y medio que está encerrado.
La tercera planta de la enfermería es la única que está completamente chapada, cerrada en la jerga carcelaria, y los pirados que en ella residen no pueden salir si no van acompañados de alguien del servicio médico, funcionario de prisiones o un interno de apoyo, un preso que ayuda a los locos que no está mal de la cabeza y que vive con ellos.
Antolín ríe, mientras la sangre que mana de sus muñecas, cortadas con una lata de coca cola despanzurrada, se mezcla con el agua de la bañera, formando un charco entre rojo oscuro y varías gamas de rosáceo, porque Antolín se ha metido en la tina, aunque parece improbable que lo haya hecho para no manchar.
“¡Antolín!” ¿Qué coño estás haciendo?
Quien vocifera sin disimular la preocupación angustiosa es Rafael, un interno de apoyo que descendió a lo más profundo de los infiernos y sale lentamente desde que está en la cárcel. Un funcionario y un enfermero se acercan con rapidez al estrépito de los golpes en la puerta y las risas que suben de volumen y se desquician.
“¿Qué pasa?” – interroga el funcionario.
“Antolín está ahí dentro y no quiere salir” explica el preso de apoyo.
“¡Antolín!, grita el funcionario, abre en seguida o de ésta te envío a Herrera de la Mancha”
Cesan las risas y a los pocos segundos se oye el roce de algo contra el metal y se abre la puerta.
“¿Cómo coño ha podido encerrarse?, pregunta el funcionario de prisiones a Rafael”. El preso se encoge de hombros. “Hay unos cuántos modos de hacerlo sin necesidad de ser ingeniero”.
“La próxima vez, estate al tanto o serás tú el que salga disparado a otro centro penitenciario”, gruñe el funcionario.
Rafael vuelve a encogerse de hombros.
Por la puerta abierta se ve a Antolín y al enfermero que ha entrado y le venda con precipitación una muñeca con un pañuelo.
“Ayúdame”, le pide el sanitario a Rafael. Éste le ofrece otro pañuelo sucio con el que el enfermero le hace apresuradamente un torniquete sobre la otra muñeca.
“Que alguien limpie todo este cristo” ordena el funcionario sin dirigirse a nadie en particular. El cuarto de baño está inundado de agua sucia rojiza y rosada.
Al llegar al cuarto de curas, Antolín se zafa del enfermero que le sujeta los brazos mal vendados con pañuelos y se da cabezazos contra un armario metálico hasta que le sangra la frente. El funcionario, que los ha acompañado hasta la puerta entra en tromba, coge a Antolín por el cuello, le da golpes detrás de las rodillas hasta que el preso cede y cae al suelo.
“¡Pedid ayuda!” exige al enfermero y al preso de apoyo.
Unos cuantos minutos después, Antolín está atado sobre una camilla en tanto que el enfermero le cura los cortes de las muñecas y otro le inyecta un sedante en el brazo.
“Avisad a mi madre de lo que ha pasado” dice poco antes de que el fármaco le sumerja en una estado de duermevela inconsciente.
“Pero ¿qué coño busca este tío?”, quiere saber el funcionario, que es banstante novato y se ha quedado junto la puerta todo el tiempo.
“Llamar la atención, por eso quiere que se lo digamos a su madre”. Le explica Rafael.
“¿Y eso?”, inquiere confuso el funcionario.
“La pobre mujer no tiene un duro y no le puede ingresar dinero en el peculio*, explica el interno de apoyo, pero a Antolín eso no le importa y la chantajea con estos numeritos para que la mujer se sienta culpable”.
“Además de loco este tío es un cabrón con pintas”, sentencia el funcionario.
Antolín duerme por fin, pero no es el sueño de los justos.

*La cuenta corriente que los presos tienen en la cárcel, donde se les guarda el dinero que posean

2 comentarios:

Adrià dijo...

Tío el tema cárcel lo dominas bien!.

Antolin está loco y eso es una enfermedad, pero no creo que su madre le mande más que desprecio, así son las cosas!...

Tesa Medina dijo...

Real como la vida misma. Pero hay que tener talento para que la sordidez y la sangre de estas historias oscuras se conviertan en buena literatura negra. Eso es lo que tú consigues. Eres el mejor.


Y para Henry, porque Franjac es un poco misterioso, él sabe mucho de la cárcel, porque lleva muchos años asistiendo como voluntario a una de ellas. Y las madres, a pesar de todo, son las únicas que siempre resisten y están ahí hasta el final.