miércoles, 5 de diciembre de 2007

Castigo y comunion

El guiso casi estaba. En el wok, dos alargados trozos de carne se cocinaban sumergidos en un caldo espeso. El presunto cocinero, varón de cuarenta y pocos años y aspecto elegante, llenó una cuchara y probó el guisó. “Ya casi está” se dijo a sí mismo. Entonces sonó el timbre de la puerta con insistencia.
Unos días antes, Aquilino Aquiles fue elegido presidente de la comunidad de vecinos por unanimidad. En realidad, fue elegido por narices y sin estar presente. Le tocaba. Nadie quería ser presidente, pero era obligatorio que hubiera uno y se decidió tiempo atrás en una agitada y alborotada reunión que todos fueran presidente por riguroso orden de viviendas. Y ahora le tocaba al ático B. “Qué raro que Aquilino no haya venido, con lo formal que es”, comentó un vecino.
Al acabar la reunión de la comunidad, casi tan breve como un coito de varón medio español, María Antonia del cuarto C se puso junto a Hortensia del segundo B para regresar a sus respectivos pisos y chismorrear un poco.
“Qué raro lo de Aquilino”, comentó Hortensia.
“Hace unos días oí una discusión muy fuerte en su piso”, dijo en tono inquietante la otra y el ‘muy fuerte’ sonó a algo terrible.
“¡No me digas! Cuenta, cuenta mujer”, exigió la otra, encantada por hozar en miseria ajena.
“Gritos con muy mala leche. Con mucha rabia”.
“¡Jesús, Jesús! ¿Pillaste algo?”
“Pues no, pero me pareció que alguien hablaba en portugués, pero… no sé, quizás con acento de la isla de Madeira”. La María Antonia es maruja vocacional, pero tiene el graduado escolar y viajó con su marido a Lisboa en un viaje organizado por el Centro Social del barrio que les salió muy apañado; allí se enteró de que Madeira era una isla que pertenecía a Portugal.
Pillaron al presidente saliente, el del primero D, para contarle que qué raro que Aquilino no hubiera ido, y los días que no le veían. Les dijo que él ya no era nadie y que esperaran a Aquilino que era ahora el presidente. Qué paradoja, ¿cómo esperar a Aquilino, cuando justamente ellas temían por Aquilino?
“Pues denunciad su desaparición a la policía”, zanjó con ganas de que le dejaran tranquilo, que iban a dar el partido del Real Madrid ya mismo.
En comisaría no tuvieron más remedio que aceptar la denuncia por desaparición, porque habían transcurrido tres días desde la audición de la bronca por María Antonia. Aquilino, cincuenta y seis años, anticuario… El inspector de guardia escribía la denuncia con dos dedos y mucha dedicación. Un colega, que por allí pasaba, husmeó por encima del hombro del escribiente.
“Ese Aquilino Aquiles ¿no lo interrogamos cuando el asunto del club ‘Antineo’ donde decían que había chaperos que eran menores?”
“No había ningún menor implicado y cerramos el caso” le contesta sin demasiado interés el poli que rellena el formulario.
“Pero mariconeo sí había, ¿no?”
“No es delito entre adultos. Cada uno hace con su culo lo que le apetece”, le dijo harto ya, porque sabía que el otro era un carca del copón.
Las que se bañaban en agua de rosas eran las dos vecinas. ¡Don Aquiles, gay! ¡Quién lo iba a decir!
Días después, la policía descubrió en el fondo de un contenedor un cadáver desfigurado con signos de violencia extrema, desnudo, maniatado con un cable de ratón de ordenador y un tanga de varón de piel de leopardo metido en la boca como mordaza. Las pruebas forenses determinaron que no era Aquilino Aquiles, como los polis creyeron al principio, sino Tiburcio Aznárez, y comprobaron que también era anticuario. ¡Ángela María! ¿Qué estaba pasando? Un anticuario desaparecido y otro asesinado.
Los polis son tozudos, porfiados, tenaces y empecinados, y se creen como la Biblia que por el hilo se saca el ovillo. E investigaron.
“Un asunto de celos mariconiles” quiso zanjar el asunto el pelota del grupo de homicidios, que era un majadero.
“No, ni tampoco pasión sexual desatada. No hay indicios de chaperismo ni de coyunda homosexual”, replicó aburrido el jefe del grupo que investigaba el marrón de los anticuarios. “Si no es sexo, entonces ¿qué?”, insistió el bobo, que tenía menos imaginación que un calamar.
El poli superior miró con fijeza a sus inspectores subordinados y sentenció: “Al Capone decía a sus esbirros, cuando le planteaban conflictos que parecían insolubles: sigue la pista del dinero. Y eso haremos”. Al poli tonto del haba le parecido mal que el jefe citara a Al Capone, pero no tuvo güitos para decírselo; a fin de cuentas, él sólo era un memo.
¿En que líos ilícitos podían estar dos anticuarios? Incalculables, pensó el jefe. Los de protección del patrimonio de la guardia civil les indicaron que los anticuarios de marras habían sido investigados respecto a estatuas, bustos, cerámicas y cabezas romanas de excavaciones arqueológicas de origen poco claro. Empezarían por ahí.
La suerte les echó un cable, porque días después trincaron a un tío que intentaba vender al Museo Arqueológico una estatua de sátiro desnudo que había desaparecido misteriosamente del mismo museo años antes. El sátiro estaba provisto de un falo enorme, así como de una lúbrica expresión que daba miedo, razón por la que el conservador del museo que recibió la oferta de venta supo sin necesidad de peritos que era el sátiro perdido y ahora hallado.
El pringado que intentó la venta era un correveidile del anticuario del tanga en la boca, pero también había trabajado para Aquilino y, convenientemente presionado, hizo aparecer un tercer anticuario relacionado con los otros dos. ¿Para que relacionarse esos tres? quisieron saber los polis. "Chanchullos", dijo confidencial el sujeto, pero no supo concretar.
“Orden judicial, registro y arresto” ordenó, todo energía, el jefe de grupo, de nombre Matías, aunque él se empeñaba en que le llamaran Mat, porque creía que hacía más poli.
Dos inspectores con tres agentes uniformados irrumpieron en el piso del tercer anticuario tras haber tocado el timbre con insistencia. Enrique Alberto, el tercer anticuario bajo sospecha, quedó patidifuso al ver la fuerza policial.
“¿Qué pasa? ¿Qué quieren?” dijo bastante jiñado. “Llamaré a mi abogado”, añadió en un vano intento de dignidad.
“Esto no es una peli americana, tronco”, le dijo uno de los inspectores, mientras le mostraba la orden firmada por su señoría que autorizaba a registrar hasta el último rincón de la vivienda.
“Huele raro, ¿no?”, dijo de inmediato uno de los agentes uniformados, con el escaso sentido de la oportunidad que caracteriza a algunos subordinados. No le hicieron ni caso, ellos iban a lo que iban.
Los polis se distribuyeron por el piso e iniciaron la sistemática tarea de rastrear, cachear y hurgar hasta el último rincón. El poli uniformado que había hablado y perdido una hermosa oportunidad de estar callado fue destinado a registrar la cocina, amplia y luminosa. Al escaso minuto de iniciar su tarea, un aullido estremecedor, un grito terrorífico convocó a la cocina al resto de maderos. El poli regurgitaba hasta la última papilla con grandes espasmos y ojos desorbitados, apoyándose con la mano izquierda en una mesa blanca de madera lacada, en tanto indicaba desmayadamente la cocina vitrocerámica sobre la que humeaba un wok.
Los inspectores se acercaron. En el interior del wok se cocinaban dos brazos humanos en medio de un caldo espeso de agradable aspecto. Rasurados los brazos y desprovistas de uñas las manos. Olía raro, como había dicho el poli pardillo, pero no olía mal.
Transcurrido el inevitable tiempo de vomitera colectiva, recuperación del ánimo y asentamiento del equilibrio gastrointestinal, los inspectores continuaron su registradora tarea con mayor ahínco si cabe, en tanto los uniformados trincaban y esposaban al anticuario Enrique Alberto.

Otro policía abrió el congelador junto al frigorífico y se asomó al interior humeante por el intenso frío. Junto a unas cajas de langostinos tigre y una bolsa de pulpo cocido congelado de excelente pinta, yacía cuidadosamente envuelto en plástico transparente el tronco de un varón maduro, alguien que en vida no era joven. En una caja de cartón hallaron huesos humanos: húmeros, cúbitos, radios y dos fémures. Y en dos bolsas de plástico aprovechadas de 'El Corté Inglés' encontraron unos pies también humanos y dos orejas de considerable tamaño.
Cuando le comunicaron los hallazgos por teléfono, el jefe de grupo recordó que las vecinas denunciantes habían dicho con regocijo que Aquilino Aquiles tenía grandes orejas, cuando se tomó nota en comisaría de las características personales del presunto desaparecido.
“No ha sido una venganza, más bien un castigo”, matizó Enrique Alberto antes de que nadie le hubiera peguntado nada.
“¿Castigo?”, dijeron a dúo sin proponérselo los dos inspectores, que habían registrado la vivienda.
“Castigo sí, por su inaceptable incompetencia, por su codicia sin freno, por su estupidez”, explicó Enrique Alberto.
El plan, que había trazado él, era sencillo y contundente. Por medio de una red de espías rústicos y rurales, localizaban restos arqueológicos que pudieran venderse a buen precio en el extranjero, expoliaban de noche y preparaban el papeleo de día para exportar en un futuro prudente.
“Castigo ¿a santo de qué?”, preguntó el inspector jefe en el interrogatorio oficial en comisaría.
“Se empeñaron en vender en seguida para sacar beneficios inmediatos, y el plan era esperar para exportar sin sobresaltos. Pero, sobre todo, no vender nunca aquí. Querer vender la estatua del sátiro al museo del que fue sustraída ha sido la gota que colmó la copa de mi paciencia”.
“¿Por qué el trato diferencial a Aquilino y Tiburcio?”
“Ambos eran diferentes, y eso exigía diferentes castigos. Tiburcio era soez y de una vulgaridad insultante. En cambio Aquilino era casi un señor y casi amigo mío.
“¿Y entonces?”, preguntó uno de los polis con una cefalea enorme, porque cada vez entendía menos qué coño pasaba allí.
“A Tiburcio, hortera, pedestre y chabacano, simplemente castigo. Pero lo de Aquilino ha sido una medida terapéutica”, explicó ensoñador. “Si no está entre nosotros, no puede perjudicar el negocio, por tanto, convenía que despareciera sin dejar rastro. Pero por otro lado, su desaparición hubiera sido una especie de homenaje, no sé si me entiende, de no haberlo impedido ustedes. Yo no me como a cualquiera, señor. ¿A usted le da igual un entrecot de ternera de Ávila que una chuleta de cerdo común? Soy un gastrónomo refinado, un avanzado, inspector. Lo de Aquilino ha sido una especie de comunión, no sé si me entiende.
“Y las piernas”, intervino otro de los inspectores. “No hemos encontrado las piernas del interfecto en su congelador”
“El domingo pasado invité a unos amigos a una barbacoa en mi terraza”, explicó Alberto Enrique. “Estuvo muy bien. Se fueron muy satisfechos, convencidos de que habían comido ñandú”.
Las mujeres de la limpieza reivindicaron al día siguiente más salario. Si tenían que limpiar vomitonas, exigían un plus o iba a limpiar la señora madre del comisario.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué sabroso cuentecito!La verdad, pocas ganas me quedan de probar el ñandú! Y bueno, que se nota que tienes muy calada a la autoridad. En las Comisarías deberían tener un volumen de textos escogidos de Tamayo para consultas.
Un beso y nos vemos (sin falta) el próximo martes!
María.

Paseando por tu nube dijo...

Hoy con un pelín mas de calma, termino tu lectura, creo que la proxima la imprimo y la utilizo de libro de mesilla, es que los disfruto un montón. Para cuando un libro de verdad, con sus tapitas, su portada, etc.?? cualquiera de tus historias daría para que las aderezaras y cocieran hasta convertirse en un rico libro.
Un beso

Anónimo dijo...

Conoces a la perfección el comportamiento humano. El hombre (y la mujer, para que las feministas no se me enfaden)se mueve por dinero. Hay pocos seres humanos que ejercen el altruismo. Mi consuelo es que haberlos, los hay, como las meigas.
Miles de besos de Vicky.

Anónimo dijo...

Je,je. Que divertida! Soy Elena y es la primera "Historia Oscura" que leo, pero a mi me parece más bien clara; y servida en wok, que es mucho más glamuroso.

Anónimo dijo...

Por fin 2 minutitos de tranquilidad!
Por fin un instante para el atrevimiento, pues, he de reconocerte que no es fácil para mi opinar en este blog.
Hace ya tiempo que sigo de cerca tus travesuras narrativas, tanto las de pataleta con el mundo mundial, como las de niño pillo que se va corriendo por el pasillo ahogado por sus carcajadas tras soltar tremendo cuesco en el salón donde todos sus familiares celebran fiestas entrañables engullendo canapiés, turrones y cava hasta reventar.
¡Lo cierto es que nunca dejas de sorprenderme!
Tal vez mi timidez a la hora de opinar sobre tu obra radica en dicha admiración.
Ahora bien, si hay algo que me atrevo a preguntarte y reflexionar...
¿Porqué esa afición (casi orgiástica, me atrevería a decir) por bautizar a tus personajes con semejantes nombres?
Yo, de ser uno de ellos, o bien me salía del relato y te exigía cuentas por arruinarme de semejante forma la vida o bien, directamente, me escondía detrás del primer punto y aparte y no volvía a asomar la jeta en todo lo que quedase de historia!
Ahí lo dejo...
¡Un fuerte abrazo!
dc.

Adrià dijo...

Joder pues yo no me apunto a ninguna bbq más...

Aquilino al papillot...

Franjac Tamayo dijo...

Querido Turturro: Sabedor de la máxima sabia de que no por mucho madrugar, amanece más temprano, así como del agudo aforismo que asegura que a ti te encontré en la calle, debo contestar y contesto que la razón más visceralmente obvia de poner tales nombres a mis persoanjes es porque me sale de los güitos, pero si quiero profundizar un tanto más debo decirte que son nombres reales, aunque más raros que perro verde y, puesto que mis personajes son raritos de cojones, debe corresponderles tales nombres majaderos donde los haya.
Por cierto, ¿cuando dejarás de escudarte en que tienes mucho trabajo y no tienes tiempo y te montas un blog por todo lo alto? Escribes de fruta madre y eres un fotógrafo excepcional, ergo deberías hacer ese blog para que el mundo conociera de los frutos de tus talentos. La de las moreras y este cura rebotado esperan con ansía el nacimiento de tu blog.

Tesa Medina dijo...

Qué buen relato. Me río mucho con tu humor negro, con lo seriecito que pareces. Para celebrarlo, te invito a comer, tengo una “hartá” de carne en el congelador.

Es de “ñandú” fontanero, una nueva especie muy buscada y difícil de encontrar de buena calidad. ¿Lo prefieres a la barbacoa o en wok con verduritas?

Besos y ven en ayunas.

Lo probaremos todo.

Anónimo dijo...

wow xD me encuentro apunto de estudiar gastronomia xD y me encontre con este cuento, buaa yo tampoco no quiero probar el ñandu xD pero hay una parte que tiene mucha razon que no importa que sea me refiero a cualquier animal (no ser humano) xD haha sino el asazón y los condimentos para hacerlo rico xD