

Al acabar la reunión de la comunidad, casi tan breve como un coito de varón medio español, María Antonia del cuarto C se puso junto a Hortensia del segundo B para regresar a sus respectivos pisos y chismorrear un poco.
“Qué raro lo de Aquilino”, comentó Hortensia.
“Hace unos días oí una discusión muy fuerte en su piso”, dijo en tono inquietante la otra y el ‘muy fuerte’ sonó a algo terrible.
“¡No me digas! Cuenta, cuenta mujer”, exigió la otra, encantada por hozar en miseria ajena.
“Gritos con muy mala leche. Con mucha rabia”.
“¡Jesús, Jesús! ¿Pillaste algo?”
“Pues no, pero me pareció que alguien hablaba en portugués, pero… no sé, quizás con acento de la isla de Madeira”. La María Antonia es maruja vocacional, pero tiene el graduado escolar y viajó con su marido a Lisboa en un viaje organizado por el Centro Social del barrio que les salió muy apañado; allí se enteró de que Madeira era una isla que pertenecía a Portugal.

“Pues denunciad su desaparición a la policía”, zanjó con ganas de que le dejaran tranquilo, que iban a dar el partido del Real Madrid ya mismo.
En comisaría no tuvieron más remedio que aceptar la denuncia por desaparición, porque habían transcurrido tres días desde la audición de la bronca por María Antonia. Aquilino, cincuenta y seis años, anticuario… El inspector de guardia escribía la denuncia con dos dedos y mucha dedicación. Un colega, que por allí pasaba, husmeó por encima del hombro del escribiente.
“Ese Aquilino Aquiles ¿no lo interrogamos cuando el asunto del club ‘Antineo’ donde decían que había chaperos que eran menores?”
“No había ningún menor implicado y cerramos el caso” le contesta sin demasiado interés el poli que rellena el formulario.
“Pero mariconeo sí había, ¿no?”
“No es delito entre adultos. Cada uno hace con su culo lo que le apetece”, le dijo harto ya, porque sabía que el otro era un carca del copón.
Las que se bañaban en agua de rosas eran las dos vecinas. ¡Don Aquiles, gay! ¡Quién lo iba a decir!

Los polis son tozudos, porfiados, tenaces y empecinados, y se creen como la Biblia que por el hilo se saca el ovillo. E investigaron.
“Un asunto de celos mariconiles” quiso zanjar el asunto el pelota del grupo de homicidios, que era un majadero.
“No, ni tampoco pasión sexual desatada. No hay indicios de chaperismo ni de coyunda homosexual”, replicó aburrido el jefe del grupo que investigaba el marrón de los anticuarios. “Si no es sexo, entonces ¿qué?”, insistió el bobo, que tenía menos imaginación que un calamar.
El poli superior miró con fijeza a sus inspectores subordinados y sentenció: “Al Capone decía a sus esbirros, cuando le planteaban conflictos que parecían insolubles: sigue la pista del dinero. Y eso haremos”. Al poli tonto del haba le parecido mal que el jefe citara a Al Capone, pero no tuvo güitos para decírselo; a fin de cuentas, él sólo era un memo.

La suerte les echó un cable, porque días después trincaron a un tío que intentaba vender al Museo Arqueológico una estatua de sátiro desnudo que había desaparecido misteriosamente del mismo museo años antes. El sátiro estaba provisto de un falo enorme, así como de una lúbrica expresión que daba miedo, razón por la que el conservador del museo que recibió la oferta de venta supo sin necesidad de peritos que era el sátiro perdido y ahora hallado.
El pringado que intentó la venta era un correveidile del anticuario del tanga en la boca, pero también había trabajado para Aquilino y, convenientemente presionado, hizo aparecer un tercer anticuario relacionado con los otros dos. ¿Para que relacionarse esos tres? quisieron saber los polis. "Chanchullos", dijo confidencial el sujeto, pero no supo concretar.

Dos inspectores con tres agentes uniformados irrumpieron en el piso del tercer anticuario tras haber tocado el timbre con insistencia. Enrique Alberto, el tercer anticuario bajo sospecha, quedó patidifuso al ver la fuerza policial.
“¿Qué pasa? ¿Qué quieren?” dijo bastante jiñado. “Llamaré a mi abogado”, añadió en un vano intento de dignidad.
“Esto no es una peli americana, tronco”, le dijo uno de los inspectores, mientras le mostraba la orden firmada por su señoría que autorizaba a registrar hasta el último rincón de la vivienda.
“Huele raro, ¿no?”, dijo de inmediato uno de los agentes uniformados, con el escaso sentido de la oportunidad que caracteriza a algunos subordinados. No le hicieron ni caso, ellos iban a lo que iban.

Los inspectores se acercaron. En el interior del wok se cocinaban dos brazos humanos en medio de un caldo espeso de agradable aspecto. Rasurados los brazos y desprovistas de uñas las manos. Olía raro, como había dicho el poli pardillo, pero no olía mal.
Transcurrido el inevitable tiempo de vomitera colectiva, recuperación del ánimo y asentamiento del equilibrio gastrointestinal, los inspectores continuaron su registradora tarea con mayor ahínco si cabe, en tanto los uniformados trincaban y esposaban al anticuario Enrique Alberto.


Cuando le comunicaron los hallazgos por teléfono, el jefe de grupo recordó que las vecinas denunciantes habían dicho con regocijo que Aquilino Aquiles tenía grandes orejas, cuando se tomó nota en comisaría de las características personales del presunto desaparecido.

“¿Castigo?”, dijeron a dúo sin proponérselo los dos inspectores, que habían registrado la vivienda.
“Castigo sí, por su inaceptable incompetencia, por su codicia sin freno, por su estupidez”, explicó Enrique Alberto.
El plan, que había trazado él, era sencillo y contundente. Por medio de una red de espías rústicos y rurales, localizaban restos arqueológicos que pudieran venderse a buen precio en el extranjero, expoliaban de noche y preparaban el papeleo de día para exportar en un futuro prudente.
“Castigo ¿a santo de qué?”, preguntó el inspector jefe en el interrogatorio oficial en comisaría.
“Se empeñaron en vender en seguida para sacar beneficios inmediatos, y el plan era esperar para exportar sin sobresaltos. Pero, sobre todo, no vender nunca aquí. Querer vender la estatua del sátiro al museo del que fue sustraída ha sido la gota que colmó la copa de mi paciencia”.
“¿Por qué el trato diferencial a Aquilino y Tiburcio?”
“Ambos eran diferentes, y eso exigía diferentes castigos. Tiburcio era soez y de una vulgaridad insultante. En cambio Aquilino era casi un señor y casi amigo mío.
“¿Y entonces?”, preguntó uno de los polis con una cefalea enorme, porque cada vez entendía menos qué coño pasaba allí.

“Y las piernas”, intervino otro de los inspectores. “No hemos encontrado las piernas del interfecto en su congelador”
“El domingo pasado invité a unos amigos a una barbacoa en mi terraza”, explicó Alberto Enrique. “Estuvo muy bien. Se fueron muy satisfechos, convencidos de que habían comido ñandú”.
Las mujeres de la limpieza reivindicaron al día siguiente más salario. Si tenían que limpiar vomitonas, exigían un plus o iba a limpiar la señora madre del comisario.
9 comentarios:
Qué sabroso cuentecito!La verdad, pocas ganas me quedan de probar el ñandú! Y bueno, que se nota que tienes muy calada a la autoridad. En las Comisarías deberían tener un volumen de textos escogidos de Tamayo para consultas.
Un beso y nos vemos (sin falta) el próximo martes!
María.
Hoy con un pelín mas de calma, termino tu lectura, creo que la proxima la imprimo y la utilizo de libro de mesilla, es que los disfruto un montón. Para cuando un libro de verdad, con sus tapitas, su portada, etc.?? cualquiera de tus historias daría para que las aderezaras y cocieran hasta convertirse en un rico libro.
Un beso
Conoces a la perfección el comportamiento humano. El hombre (y la mujer, para que las feministas no se me enfaden)se mueve por dinero. Hay pocos seres humanos que ejercen el altruismo. Mi consuelo es que haberlos, los hay, como las meigas.
Miles de besos de Vicky.
Je,je. Que divertida! Soy Elena y es la primera "Historia Oscura" que leo, pero a mi me parece más bien clara; y servida en wok, que es mucho más glamuroso.
Por fin 2 minutitos de tranquilidad!
Por fin un instante para el atrevimiento, pues, he de reconocerte que no es fácil para mi opinar en este blog.
Hace ya tiempo que sigo de cerca tus travesuras narrativas, tanto las de pataleta con el mundo mundial, como las de niño pillo que se va corriendo por el pasillo ahogado por sus carcajadas tras soltar tremendo cuesco en el salón donde todos sus familiares celebran fiestas entrañables engullendo canapiés, turrones y cava hasta reventar.
¡Lo cierto es que nunca dejas de sorprenderme!
Tal vez mi timidez a la hora de opinar sobre tu obra radica en dicha admiración.
Ahora bien, si hay algo que me atrevo a preguntarte y reflexionar...
¿Porqué esa afición (casi orgiástica, me atrevería a decir) por bautizar a tus personajes con semejantes nombres?
Yo, de ser uno de ellos, o bien me salía del relato y te exigía cuentas por arruinarme de semejante forma la vida o bien, directamente, me escondía detrás del primer punto y aparte y no volvía a asomar la jeta en todo lo que quedase de historia!
Ahí lo dejo...
¡Un fuerte abrazo!
dc.
Joder pues yo no me apunto a ninguna bbq más...
Aquilino al papillot...
Querido Turturro: Sabedor de la máxima sabia de que no por mucho madrugar, amanece más temprano, así como del agudo aforismo que asegura que a ti te encontré en la calle, debo contestar y contesto que la razón más visceralmente obvia de poner tales nombres a mis persoanjes es porque me sale de los güitos, pero si quiero profundizar un tanto más debo decirte que son nombres reales, aunque más raros que perro verde y, puesto que mis personajes son raritos de cojones, debe corresponderles tales nombres majaderos donde los haya.
Por cierto, ¿cuando dejarás de escudarte en que tienes mucho trabajo y no tienes tiempo y te montas un blog por todo lo alto? Escribes de fruta madre y eres un fotógrafo excepcional, ergo deberías hacer ese blog para que el mundo conociera de los frutos de tus talentos. La de las moreras y este cura rebotado esperan con ansía el nacimiento de tu blog.
Qué buen relato. Me río mucho con tu humor negro, con lo seriecito que pareces. Para celebrarlo, te invito a comer, tengo una “hartá” de carne en el congelador.
Es de “ñandú” fontanero, una nueva especie muy buscada y difícil de encontrar de buena calidad. ¿Lo prefieres a la barbacoa o en wok con verduritas?
Besos y ven en ayunas.
Lo probaremos todo.
wow xD me encuentro apunto de estudiar gastronomia xD y me encontre con este cuento, buaa yo tampoco no quiero probar el ñandu xD pero hay una parte que tiene mucha razon que no importa que sea me refiero a cualquier animal (no ser humano) xD haha sino el asazón y los condimentos para hacerlo rico xD
Publicar un comentario