jueves, 12 de julio de 2007

La muerte no buscada

El edificio (gris, enorme y feo) ya no era un correccional; las monjitas lo habían transformado en residencia de señoritas: señoritas de provincias de quiero y no puedo. La mujer detuvo el utilitario y contempló la casona. Cerca había un instituto de bachillerato, al que llegaban apresurados alumnos tardones, y al otro lado de la calle, una de esas discotecas ruidosas, absurdamente iluminada por dentro, ahora silenciosa y cerrada.
La mujer vislumbró un hueco en la fila de vehículos alineados junto a la acera, puso en movimiento su pequeño automóvil, lo estacionó y salió del coche. Le dio como un vahído y tuvo que apoyarse en la puerta del coche.

Los recuerdos, intensos aunque confusos, se amontonaban en la mente, pugnando por llegar a la zona del cerebro en la que se afianza la conciencia nítida de las cosas. Muchos años atrás, en otro lugar de la ciudad, dos muchachas parloteaban excitadas mientras se dirigían hacia la estación del metro. Eran las cuatro de la madrugada y habían pasado una noche de fin de año estupenda con juergas y risas. Habían bailado sin descanso, se habían desgañitado, coreando los estribillos de las canciones que la orquestina acometía con más buena voluntad que arte, y habían reído hasta que les dolieron los costados. Y, además, les había tocado en suerte una gran botella de cava, de esas con las que los campeones de las carreras automovilísticas espurrean a admiradores y mirones cuando suben al podio.
Una chica era menudita y graciosa con un pecho espectacular, aunque tal vez no había cumplido los dieciséis; la otra, morena atractiva, lucía un tipo voluptuoso que acentuaba el vestido ceñido y corto que llevaba; debía sumar algo más de dieciocho, era una mujer. Ambas mozas caminaban ligeras y confiadas, a pesar de lo avanzado de la hora y la soledad de la calle. Quizás porque era la última noche del año y uno no imagina que le pueda ocurrir nada malo; también porque en muchas calles de la ciudad se veía mucha más gente de lo habitual. Parecía como si hombres y mujeres de toda edad y condición tuvieran necesidad de agotar la noche, esa última noche.

Las chicas andaban ligeras, charlando por los codos, comentando la fiesta, riendo escandalosas, ajenas a cualquier cosa que no fuera su propia felicidad.
- ¡Vaya tetas más divinas! - una voz ronca por el exceso de alcohol e inmadura por la adolescencia restalló como un látigo de carretero en los oídos de las muchachas.
Un grupo de cuatro gansos rondando la veintena, se había materializado como por ensalmo ocupando la acera e impidiéndoles el paso. Las muchachas descendieron bruscamente del pequeño paraíso de recuerdos inmediatos, con el que prolongaban la felicidad de la fiesta, y se detuvieron tensas.
Algunas botellas vacías por el suelo incrementaron la desazón de las chicas. Aquellos tipos estaban como cubas. El que había hablado era un gamberro de cabeza rapada con cazadora gruesa, jersey de cuello de cisne de color negro y pantalones caqui. Tenía la pinta de ser el jefe del grupito. Una cara llena de granos y unos dientes desiguales le proporcionaban un aspecto repulsivo.

- Dejadnos pasar, por favor- dijo serenamente la mayor de las dos muchachas, la del tipazo, tras respirar hondo para controlar la ira mezclada con temor que le ascendía por las entrañas.
- Estás muy buena, tía. Muy buena –. Gruñó el que parecía cabecilla de la panda- Anda, sé amable y ven conmigo un ratito a uno de estos portales; verás que bien nos lo pasamos.
La muchacha del minivestido lo miró con olímpico desprecio. La otra chica, la más menuda se apartó instintivamente, alejándose del grupo.
- Tú deliras, gilipollas - contestó desabrida y sin ninguna amabilidad la morena -. Dejadnos pasar de una vez.
El grupo se echó a reír como dementes, al tiempo que un par hacían gestos obscenos frotándose con fruición los genitales y relamiéndose los labios. La menudita empezó a sollozar.
- ¡Hostia, tú, qué tetazas tiene la pequeña! - gritó uno de los zangolotinos simulando el movimiento del coito. Y se lanzó con otro gamberro junto a la menuda, sujetándola entre ambos y sobándole el pecho.
La morena se revolvió como leona herida, dirigiéndose a los tipos que manoseaban a su amiga.

- ¡Dejadla, hijos de puta! ¡Dejadla u os rajo! - y blandía la enorme botella de cava con una expresión de furia tal que los violadores en potencia se apartaron.
La menudita se dejó caer suavemente al suelo llorando en silencio. La morena aún blandía la botella y el jefe de la pandilla de indeseables tomó cartas en el asunto.
- Esperad -detuvo a sus correligionarios. Luego se dirigió lentamente hacia la mayor de las muchachas con andares que posiblemente había copiado del protagonista de alguna infumable película americana de serie B-. La pequeña puede esperar. Primero me voy a follar a esta tía buena y luego nos follaremos a la bajita tetuda. No te resistas, nena, que me lo vas a agradecer. Será la mejor nochevieja de tu vida.
- Estás borracho, además de ser un imbécil de marca mayor - siseó la muchacha morena, conteniéndose a duras penas -. Dejemos las cosas como están y será mejor para todos. ¡Vamos, tú! - se dirigió enérgica a la menudita.
Pero la chica continuaba llorando en estado de choque mental, quizás, y el jefecillo de los gamberros estaba ya cerca de la morenaza, bajando y subiendo la cremallera de la bragueta de los pantalones, mientras sonreía mostrando los dientes desiguales.
- Vaya, la chica valiente se quiere ir. Ya es demasiado tarde, reina. Voy a follarte como nadie te ha follado jamás. ¡Ahora mismo! Y luego me follaré a esa amiga a quien tanto proteges. ¿O eres bollera y te la quieres follar tú? – y el inconsciente rió a carcajadas, como si hubiera dicho algo gracioso, coreado por sus pandilleros.

La morena esperaba tensa, sujetando la botella de cava por el cuello como si fuera una maza. El jefe de los gamberros se bajó definitivamente la cremallera de la bragueta de los pantalones.
- No des un paso más o me obligarás a hacer algo que no quiero - advirtió extrañamente serena la muchacha. Luego se dirigió a su amiga -. Levántate y ven a mi lado. Nos vamos.
-Si te enfadas, me excitas más, nena - soltó el ganso de la cabeza al rape, siguiendo un guión que solo él conocía y nada tenía que ver con lo que ocurría.
La muchacha morena retrocedió un paso enarbolando la botella da cava y el gamberro avanzó otro. Se detuvo y hurgó en el interior de la bragueta extrayendo el pene erecto.
- Todo para ti, mi vida - susurró el inconsciente. El resto de la pandilla hacia gestos guarros y animaba a su jefe, mientras la menudita volvía a llorar.
De repente, la morena se giró y, en la mejor tradición de las peleas cinematográficas, rompió la botella de cava contra un coche aparcado, quedándose en la mano con la mitad de la misma convertida en peligroso instrumento cortante, mientras el burbujeante líquido se desparramaba por la acera y salpicaba a la muchacha.
- Te he dicho que no des ni un paso más, imbécil. Habló en serio - dijo con voz concentrada la muchacha.
Toda la pandilla quedó impresionada por el gesto de la chica. Incluso el jefe, pero reaccionó enseguida y echó a broma la acción de la joven.
- Prepárate, cariño, porque te lo vas a pasar muy bien - le dijo mientras agitaba el pene tieso y se acercaba a la muchacha. Alargó un brazo y rozó un pecho de la joven.
Fue un grave error.
La morena de tipo voluptuoso con vestido corto y ceñido lanzó su mano derecha armada con parte de la botella de cava hacia la garganta del que quería violarla.
Los afilados bordes del vidrio desgarraron en un instante los músculos del cuello y seccionaron limpiamente la vena yugular provocando una fatal sangría. El frustrado violador se desplomó con una expresión de sorpresa inacabable. EI resto de gamberros quedaron petrificados unos segundos, para arrancar a toda velocidad, alejándose del lugar mientras gritaban "asesina".
La muchacha morena no se movió, sujetando aún el fragmento de botella convertido en arma mortal. La menudita se sentó en el suelo, llorando silenciosamente de nuevo, intuyendo lo que se les venía encima.
Pasaron unos minutos largos y la escena continuó sin alterar. La morena con la botella en la mano y la mirada fija no se sabe donde, el pretendido violador desangrándose en el suelo y la chica menuda llorando, sentada. Luego las cosas se precipitaron. Apareció un coche zeta de la Policía Nacional, un coche que acudía para evitar que unos gamberros les hicieran nada malo a un par de chicas, como había pedido por teléfono una anciana insomne, testigo lejano desde la oscuridad de la ventana del saloncito.La muchacha menuda no volvió a saber de su amiga morena, a la que la policía condujo por orden del juez de guardia a la prisión de mujeres. Tenía años suficientes para ser encarcelada. La pequeña fue llevada al correccional por no tener edad penal, le explicaron. El juicio se vio mucho tiempo después y, aunque ella nocompareció, porque los hechos ocurrieron cuando no tenía la edad para comparecer ante un tribunal ordinario, supo que su amiga morena había sido absuelta. El tribunal dijo que había actuado en legítima defensa y que la muerte no había sido un fin buscado sino la consecuencia de una acción desesperada ante la inminencia de la violación de las dos muchachas. Pero la muchacha supo que su amiga morena, la del tipo voluptuoso, estuvo casi tres años en prisión, porque el juez que instruyó su caso nunca accedió a las peticiones de libertad provisional de la abogada de la chica.
Como si hubieran apartado una nube densa y negra que ocultara el sol, la mujer se alejó del antiguo correccional, hoy residencia de señoritas, sin entrar como fue su primera intención. Era una mujer treintañera, agradable, menuda y con un pecho espectacular.

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