miércoles, 4 de julio de 2007

A domicilio

El teléfono sonaba con insistencia. Pepe cogió el aparato.

- ¿Sí?

- ¿El señor José Ramírez? - se oyó una voz bronca.

- Soy yo.

- Tenemos un paquete para usted.

- ¿Un paquete? ...¿De qué? - preguntó Pepe sorprendido.

- No lo sabemos, señor. Sólo somos una empresa de mensajeros.

- Estoy en casa y no pienso salir-. Pepe iba a colgar cuando se le ocurrió algo.

- ¿Quién me envía el paquete?

Pero al otro lado de la línea ya no había nadie. Regresó al cómodo sillón y volvió a contemplar el televisor. Emitían un partido de fútbol.

Pepe estaba irritado. Le irritaban los enigmas, por pequeños que fueran y un paquete no esperado no le agradaba. ¿Quién coño le enviaría un paquete?

Se distrajo viendo el fútbol. Pasó el tiempo hasta que el timbre de la puerta sonó insistente. Pepe se levantó de nuevo del sillón con evidente malhumor,

- ¿Quién molesta ahora? - Ya no se acordaba del paquete de marras.

Abrió la puerta y se encontró con dos individuos que rondaban la treintena, con tejanos y chaquetas de chándal de color azul oscuro; también llevaban sendas gorras de visera como las de los jugadores de béisbol. Uno, más bajo y con cabeza gorda, sostenía un paquete mal envuelto. Estuvo a punto de cerrar la puerta de golpe, pero pudo más la curiosidad.

- Ustedes son los del paquete, ¿no? - dijo con la máxima autoridad de que fue capaz.

- Sí - interrumpió sus pensamientos el más alto que tenía una cara que recordaba la de un caballo -. Es éste -señaló al bulto que llevaba su compañero.

- Dénmelo y ya está - dijo Pepe con falsa alegría. En cuanto se fueran, metería el paquete en la bañera y llamaría a la policía, por si acaso, aunque no se le ocurría quien podía enviarle un paquete sospechoso, un sencillo apoderado de oficina bancaria que no se metía en política ni en nada.

- Tiene usted que firmar el recibo - dijo el más alto metiendo la mano en uno de los bolsillos del chándal.



Pepe miró a su alrededor buscando un bolígrafo, pero en el estrecho recibidor no había ninguno. Iba a preguntarle al repartidor si tenía un bolígrafo cuando comprobó con asombro que el de cara de caballo no había sacado recibo alguno del bolsillo sino un revólver. De verdad. Como el que había tenido una vez en la mano, cuando un vigilante de seguridad le permitió ver y tocar su arma reglamentaria.

El hombre más alto le empujó hacia el interior del piso mientras se dirigía a su compañero.

- Entra ya pasmarote y cierra la puerta de una puta vez.

Ambos bergantes empujaron a Pepe por el corto pasillo y fueron los tres a parar al reducido salón-comedor.

- Siéntate y pon las manos sobre la cabeza - le ordenó el del revólver.

Pepe obedeció como un autómata pensando que se había quedado dormido viendo el aburrido partido de fútbol y tenía una pesadilla. Se pellizcó.

- Las manos sobre la cabeza, coño - gritó el del revólver. El otro compinche, el cabezón, no decía nada, pero miraba lo que hacían en la tele.

- Déjate de tele, y procura estar por la labor - le increpó su colega.

El más bajo dejó el paquete sobre una silla y fue a apagar el televisor, mal interpretando el exabrupto como una orden.

- Deja el televisor en marcha; así no se nos oirá. Estos pisos tienen paredes de cartón. Pero no te quedes embobado mirando la pantalla; tenemos trabajo.

Pepe pensó que quizás iban a torturarle.

- ¿Qué van a hacerme? - dijo con voz temblorosa.

- ¿A ti? Nada, si no molestas ni haces el burro.

- ¿Qué quieren?

- ¿Qué queremos? Ésta si que es buena - rió el de cara de caballo -. Dinero, joyas, todo lo que tengas de valor y podamos llevarnos sin llamar la atención.

¿Esto...es un robo? - preguntó Pepe que volvió a creer que soñaba. Que cosa más absurda.

- ¡Nos ha jodido el premio Nóbel! - rió de nuevo el del revólver -. ¿A ti qué te parece? Es un robo, tonto del culo. A nuevos tiempos, nuevos métodos. Somos los pioneros del atraco a domicilio. ¿Cómo lo ves?



Pepe veía visiones. Ya no sabía si tenía miedo o estaba a punto de quedar catatónico. ¿De verdad le estaba pasando eso?

- No tengo mucho dinero en casa En la cartera debo llevar cincuenta o sesenta euros; se los daré - explicó Pepe más sereno -, pero no tengo joyas. Vivo solo. Llévense el televisor y el vídeo, pero son antiguos, no creo que les den mucho.

Pepe hizo el gesto de levantarse para ir a buscar la cartera prometida, pero el de cara de caballo blandió el revólver ante sus narices,

- ¿Quieres tomamos el pelo? - dijo con suavidad, demasiada suavidad para su gusto.

- Pégale un tiro en las pelotas - intervino riendo el otro. Tenía la voz atiplada.

Pepe se quedó helado. Bromeaba. No podían hablar en serio. El de la pistola pareció leerle el pensamiento.

- No estamos de guasa, amigo. Un pajarito nos ha dicho que tienes una caja fuerte escondida - y le daba golpecitos en la nariz con el cañón del revólver.

- Pero, ¿qué dice? - aquel sujeto estaba loco. ¿Qué ocurrencia? ¿Para qué iba a querer una caja fuerte en casa? - Miren por toda la casa. No encontrarán nada.

El hombre de cara de caballo con revólver se volvió hacia su compañero.

- ¿Ésa es la mierda de información que puedes conseguir, cretino?

- Oye, no des por bueno lo que dice este fulano - replicó el atiplado-. Echaremos un vistazo. Tú no te muevas, cabrón - dijo apuntando con el dedo al pobre Pepe que no sabía qué pensar ni qué temer. Pero no se movió.

Durante un cuarto de hora, los dos chorizos removieron Roma con Santiago. Giraron cuadros, levantaron alfombras, hurgaron en todos los cajones e incluso hasta descuajeringaron el pequeño armario del cuarto de baño. Nada.

- Eres un gilipollas - aseveró el de cara de caballo a su cómplice y se sentó en el sofá al lado de Pepe.- ¿De dónde has sacado que este tío tenía una caja fuerte?

- Trabaja en un banco y es de los que manda.



- Ya sé que trabaja en un banco. ¿Eso significa que tiene una caja fuerte? ¡Serás estúpido! Oye, ¿y esas pelas qué tenías en la cartera? - preguntó dirigiéndose a Pepe.

Unos minutos después los dos chorizos de poca monta se largaban por la escalera con los cincuenta y cinco euros que Pepe tenía en el billetero, tras advertirle que no se le ocurriera gritar ni llamar a la policía, porque le pegarían un tiro en los huevos. Pepe fue corriendo al cuarto de baño y vació los intestinos sueltos, cuyo impulso retenía desde hace rato. Cuando se hubo aliviado, volvió al salón sin creer todavía lo que le había pasado. Sobre la silla estaba el paquete mal envuelto que había servido de excusa para entrar en el piso. Sonrió.


Se levantó y lo sacó tras leve resistencia. Dentro había una nota escrita a máquina.

Cabrón de mierda, al sacar el sobre has activado la bomba que he preparado para ti. Me negaste un crédito para la empresa que había soñado durante los meses que estuve en el Frenopático. Sólo prestáis a los que ya tienen, mamones.

Y, mientras una deslumbrante explosión se llevaba por delante el salón comedor y lo que en él había, Pepe dispuso de unas fracciones de segundo para pensar que eso no le podía estar ocurriendo.

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