jueves, 27 de septiembre de 2007

Mamá no sufrió, a Dios gracias

“Ves mamá, tanto ahorrar para qué. El dinero es una enfermedad para ti. Puro vicio. O ansiedad, no sé. No lo necesitas, mamá. Tienes tres pisos y los alquileres te dan más de lo que necesitas, además de las letras del tesoro que compraste hace años. No dan mucho, es verdad, pero es algo seguro. Ya quisieran muchos. ¿Para que quieres más?”
La señora interpelada presume de madame, aunque en realidad es auxiliar en trabajos de puterío, pero empezó de puta, sin más. Entonces era joven y aparente, si bien, tal como son los tíos, no hay que ser la Venus de Milo para dedicarse al putiferio y sacarse unos cuartos.
Antolín, sentado en uno de los sillones de polipiel de la sala de estar, mira a su madre estirada en el sofá y cubierta hasta la barbilla con una manta de material sintético que imita piel de tigre. La madre no le mira ni le responde.
Antolín trabaja en un almacén de materiales de construcción y vive con su madre, aunque ya suma 43 primaveras. Mamá cumplirá lo setenta y hace años que alquila una habitación de la vivienda familiar a prostitutas jóvenes con clientes más o menos fijos. El servicio está muy solicitado y le da a la vieja sus buenos euros. Y Solbes sin enterarse. El alquiler por una hora (o más, si el varón es fogoso o se cree un garañón) incluye el uso del cuarto de baño, sábanas limpias y, si las rabizas son descuidadas y no disponen de protección, condones de varios formatos, colores, sabores y calibres.
Antolín miró a su madre y cabeceó. Olía muy fuerte a ambientador barato, dulzón, un olor desagradable.
Bien que había intentado desde hace años que mamá cambiara de trabajo, porque él no se sentía bien con aquel trajinar de coños y tíos calientes; le daba vergüenza. Un día, hace unos años, desesperado, consiguió una Biblia y pretendió leérsela para acojonar a la vieja con el infierno, pero, como no era ducho en la materia, ignoraba que la Biblia es en numerosas páginas un libro subido de tono.
Abrió el sagrado libro por donde no debía y le leyó a su madre, sin ser muy consciente, el pasaje en el que dos ancianos rijosos espiaban a la casta Susana desnuda y pretendían montárselo con ella. ¡Para que contar más! Su madre, no sólo se rió sino que quedó más convencida de que hacía lo que debía.
Antolín, un poco harto de los recuerdos que le aturden, se alejó de su madre y encendió el televisor. En pantalla, un grupo de hombreas y mujeres, sentados en círculo alrededor de nada, hablaban a gritos sin escucharse. Una mujer muy mayor que parecía un espantajo se levantó de la silla, echó mano al bolso y sacó de su interior un ladrillo de dimensiones respetables. Varios contertulios de aquel ceremonial desquiciado se echaron encima, la sujetaron e intentaron calmarla. Antolín apagó el televisor, sacó una botella de coñac del mueble del comedor y bebió un lingotazo sin usar ningún vaso, mientras miraba de soslayo a la madre, que no dijo nada, por supuesto.
Aquel día diferente, una pareja fue a casa. No era nada nuevo, pero aquellos dos eran especialmente desagradables. Ella era una rubia pajiza teñida, delgada, pero con caderas demasiado anchas; él era cabezón, con cara de bruto y abundante barriga cervecera, que vestía un traje azul claro con chaqueta cruzada que le sentaba como dos pistolas a un Cristo. Su madre, todo mieles, les hizo la pelota un par de minutos, como hacía siempre. La pareja se metió en la habitación y a los seis o siete minutos se oyeron, como solía ocurrir, los gemidos y ronquidos de costumbre; intensos y desbocados los del hombre, más falsos que un duro sevillano los de la mujer.
Antolín, con el paso de los años, para distraerse y olvidarse de la vergüenza que sentía, había hecho una tabla mental de los grados de habilidad en la simulación de gritos de placer de las putitas. La rubia desleída apenas sacaba un cuatro en el baremo de Antolín. O sea que suspendía.
Cuando la pareja se marchó, él satisfecho y con algo menos de dinero en la cartera, y ella con sesenta euros más, pero un tanto escocida, Antolín le pidió a su madre que lo acompañara al salón de estar. “Tengo que enseñarte una cosita”, le sonrío como un memo. “Ya estás otra vez con tus majaderías y simplezas. Madura, hijo, que tienes una edad”, se quejó la anciana, pero se dirigió con él a la sala.

“Siéntate en esta silla, madre. Quiero que estés cómoda. Verás que sorpresa”, le dijo Antolín cariñoso, mientras le sacaba una silla de las que flanqueaban la mesa del comedor. La mujer se sentó mascullando improperios. Sintió frío; había empezado el otoño y, como siempre, el frío había irrumpido sin avisar. “Date prisa, Antolín, que no tengo toda la noche para perder en tus gilipolleces”, soltó a vieja.
“Cierra los ojos, madre, cierra los ojos”, suplicó Antolín. Este chico es tonto y no tiene remedio, se auto compadeció in mente la incomprendida madre.
Una mano fuerte, la mano de alguien que trastea con bultos y paquetes pesados todos los días, le metió de golpe en la boca una toallita; una mordaza muy eficaz. Una de esas toallitas que usan las putas para limpiarse los bajos cuando no consiguen convencer al cliente de que es mejor hacerlo con preservativo. En la casa había muchas de ésas. La vieja intentó gritar, pero no logró exhalar ni un gruñido. Y no hubo más.
Un estrecho y agudo estilete (tal vez un hortera abrecartas), afilado para la ocasión, había penetrado veloz y silencioso en la nuca de la mujer. ¡Sssssssssssssssssmmmmmmmmmmmm! En menos de un segundo, la madame pasó de puta vieja retirada a cadáver. Se convirtió en nada.
Un delgado reguero de roja sangre, que se oscurecía por momentos al combinarse con el oxígeno del aire, se deslizó sin demasiadas prisas por la viejuna espalda, aprovechando el escote trasero. El cuerpo ya sin vida de la vieja, privado de toda energía, se escurrió por la silla de recto respaldo hacia el suelo como un fardo informe, siguiendo fielmente la ley de la gravedad. Antolín sujetó lo que quedaba de su madre y acompañó la suave caída del cadáver. Entonces lloró, lloró con un sentimiento herido y profundo. Lloró durante mucho rato hasta que casi se le secaron los lagrimales. Porqué él no quería matarla. ¿Cómo iba a querer si era su madre?
Pero su madre se portó mal con él, muy mal. Primero ese sucio negocio que se obstinaba en mantener, aunque no lo necesitaba para vivir. Y que le había destrozado la vida, dominándolo, decidiendo por él. Y para que perdiera la virginidad, organizó una orgía con tres putas con las que ella tenía más confianza. “Para que te espabiles de una vez, atontado, que estás atontado y te van a salir calostros ahí de no usarlo”.
Nunca había pasado tanta vergüenza, sobre todo cuando una de las chicas, una mulata de tetas enormes y culo en pompa, se rió de él, porque dijo que tenía el pene pequeño. ¿No decían que el tamaño no importa si mide más de siete centímetros? Él lo había oído en la tele y el suyo medía ocho y medio; lo había comprobado con un pie de rey de cuando estudiaba oficial tornero.
Sin embargo, aunque su madre se portó mal con él, él fue considerado, fue un buen hijo hasta el final. Sabía que una puñalada certera en la nuca era instantánea, fulminante. Él no quería que mamá sufriera y no había sufrido. Ya se había preocupado él de ensayar los días anteriores con una sandía pequeña.
Había pasado casi un año y aún no había conseguido eliminar el mal olor, a pesar de usar todo tipo de ambientadores, incluso cal viva, pero ni por esas. Claro que él hacía de tripas corazón y todas las tardes se sentaba a su lado y tenía su charla con mamá; total en la tele no daban nada que valiera la pena. Aunque él sabía que no servía de nada, porque siempre había sido muy tozuda. A las putas que llamaban para pedir la habitación les decía que mamá se había ido a Canarias, porque el clima allí siempre es verano.

4 comentarios:

Adrià dijo...

Joooder con el nene...
Joooder con la madre...
Joooder cuanta puta y yo que viejo...

Mejoras cada história tio!.

Tesa Medina dijo...

Estoy de acuerdo con Henry, cada día mejor.

Es muy bestia este relato, pero está escrito con sentido del humor y eso lo hace deliciosamente perverso.

Eres muy bueno, sobre todo cuando escribes así, más salvaje.

Besos,

Paseando por tu nube dijo...

Joer tio que bueno eres escribiendo, que narraciones tan vivas (aunque tengan muertos), eres un genio en tus descripciones y ese toque gore.

Cierto que se superan tus historias, y cómo enganchan.

Un beso

Adrià dijo...

Que? de cañas?...