lunes, 10 de septiembre de 2007

Por ser negro

Tuani hace días que no quiere comer, los ojos casi siempre cerrados, como si durmiera. Tuani nació en algún lugar del centro de África y tiene la piel negra casi azul, muy, muy oscura. Llegó hace años en avión y se quedó. Consiguió trabajo, consiguió papeles, trajo a la mujer y a los hijos. Había vivido mal que bien, había prosperado. Ahora su vida no es vida. Desde aquel día. No come, no quiere abrir los ojos. ¿Para qué?
Debes hacer un esfuerzo; hazlo por los niños, por mí, le suplica Mirena, su esposa, no tan negra, pero del mismo trozo africano. Llora la mujer un llanto silencioso que no cesa hasta que no quedan lágrimas en el lagrimal. Resiste con ansiolíticos, pero no consigue dormir, tampoco puede comer. Sólo solloza y se conduele, pero sin ruido, para que su marido, que no quiere abrir los ojos, no se entere de su dolor, de su tristeza.
Tuani vive en un centro de parapléjicos, las personas que no controlan sus piernas o todo su cuerpo, en el peor caso. Como Tuani. Los que están peor no son vegetales, como se dice. Está como un vegetal. No es verdad, no son vegetales, ya quisieran. Una planta crece, reverdece, saca flores, luego se seca y vuelta a empezar. Ellos sólo respiran, los alimentan, orinan, defecan. Nada más. No se mueven si no los mueven. Sólo están. Y muchos, muchas veces, sufren por no morir.
Mirena empuja el sillón especial con ruedas hacia el jardín. Hace bueno, el sol animará a Tuani, espera la mujer contra esperanza. El sol me da en los ojos, Mirena. Porque Tuani sí puede hablar. Para pedir, para exhalar su aflicción. Y la mujer, solícita, le gira el cuello con suavidad, como el de un muñeco, para que el sol no le deslumbre.
Tuani vio hace tiempo aquella película, ‘Mar adentro’. Le emocionó, pero no entendió el afán de Ramón por morir. La que organizó aquel hombre que se rompió el cuello en la playa y todo el trabajo que se dio. La lealtad de los amigos, la tenacidad del paralizado para irse. Ahora sí lo entiende en su carne y una pregunta le martillea: ¿Por qué? ¿Por qué él?
Unos policías lo encontraron sanguinolento, estirado en aquella senda, avanzada la noche. Era lugar poco transitado a las horas del retorno del trabajo, especie de parquecillo sin pretensiones. Él solía hacer camino por el medio, porque ahorraba minutos y llegaba antes a casa. Su casa era su hogar, con Mirena, con los chicos.
Nunca había ocurrido nada, nunca había escuchado que ocurriera nada. Aquel era un pueblo tranquilo. Hasta aquel anochecer de marzo.
Hacía frío, el sol se había puesto hacía un par de horas. Tuani se subió el cuello de la chaqueta para evitar el zurriagazo frío en la nuca. En casa tomaría un te caliente. Encogió el cuello para ofrecer menos espacio al viento helado, y aceleró el paso.
¿Dónde vas negro? ¿Dónde vas, orangután?
Dos hombres jóvenes, blancos, pelo rapado, cazadoras de cuero y botas negras claveteadas de media caña aparecieron en su trayecto. Tuani no quería problemas. Se desvió hacia la derecha, dejando el camino y entrando en el césped y los matorrales.
Mono, ¿no sabes que no se puede pisar el césped? En tu país salvaje sois todos unos chimpancés que no sabéis de normas. No quiero problemas, señor, quiso ser conciliador Tuani, sólo regreso a casa después del trabajo.
¿Cómo va a trabajar un orangután como tú? Vuelve a tu país, mono de mierda, no te queremos.
Y empezaron los golpes. Continuos, crueles, contundentes, incesantes, dolorosos.
Tuani cayó derribado al suelo y los bárbaros le dieron puñetazos y le patearon. En medio de un intenso dolor, intentó defenderse, alzó ambos brazos para evitar los golpes, hizo un esfuerzo y se enderezó para huir.
El bestia que más le había apaleado le dio un tremendo golpe en la base de la nuca. Tuani cayó al suelo como un fardo, pero su agresor lo pateó más y más en la espalda, la cabeza y el cuello. Tuani se desmayó.
Vámonos, dijo la otra bestia, la que no había hablado, la que apenas había pateado a Tuani. Me he de cargar a esta basura, le replicó el verdugo, y continuó pateando el cuerpo inanimado del hombre tendido e inconsciente.
¿Qué ocurre aquí? Dos policías de ronda ordinaria aparecieron en un extremo del camino. Los dos salvajes huyeron veloces y se perdieron en la negrura nocturna.
En el centro de urgencias reanimaron a Tuani, le pusieron suero con sedantes y analgésicos y lo enviaron en ambulancia al hospital.
El diagnóstico de Tuani especificó que había recibido muchos golpes y que, a causa de los mismos, se habían fracturado varias cervicales y la médula espinal estaba gravemente lesionada.
Aún no hay sentencia. El racista con alma de asesino dijo al juez que es inocente, que estuvo cerca del parque, pero él no vio nada. Alguien sí lo vio a él. Habrá que esperar a que la justicia haga justicia. Tal vez.
Desde entonces, Tuani vive en un centro de parapléjicos, pero no es un hogar. En silla de ruedas de por vida. Ni siquiera podría pulsar un botón para ponerla en marcha, si la silla fuera de motor. Nada puede mover por debajo del cuello. Tuani nunca olvidará el rostro del matón cobarde que lo redujo a tronco inerte.
Por ser negro.

5 comentarios:

Adrià dijo...

Huuuuffff...

Huele a recuento de almas.

Tesa Medina dijo...

No puedo con estas historias, no puedo con los cobardes, los desprecio, pero están ahí y no sólo en los cuentos.

El otro día en una estación nueva de metro, muy amplia, amarilla y azul de suelos relucientes, unos músicos negros tocaban una especie de tambor. Lo hacía muy bien, era agradable el sonido ronco y suave que emitía la piel tensada. Era plástica pura esas manos hábiles moviéndose a un ritmo endiablado. Color y Arte vivo en aquella estación todavía tan nueva y sin personalidad. Venía de ver a una amiga que estaba en el Hospital, y a mí me deprimen los hospitales. Aquellos músicos me pusieron de buen humor empecé a mover el cuerpo mientras subía las interminables escaleras. Suavecito. De repente toda esa magia se vino abajo.

Un tipo vestido con unas bermudas horrorosa, una camiseta ceñida a su barrigón cervecero se atrevió a interrumpir esa melodía de tambores con su frase gangosa, sin chispa de talento y racista.

“Vete a tu pueblo a comer leones, negrata".

Y dos impresentables también vestidos por su peor enemigo le rieron la gracia.

Sigues siendo bueno, aunque tu relato hoy me haya hecho llorar.

Besos.

Paseando por tu nube dijo...

Tuani quedó en una silla de ruedas que no es mucho mejor que los que quedaron varados en alguna costa de Tarifa o de Canarias.

Lo mas indignante de todo es que seamos capaces de seguir viviendo con tanta mierda salpicando y ni siquiera nos limpiamos, me duele tanto leer e imaginar la triste historia de Tuani, como ver los miles que han perdido la vida este y otros años, sobre un trozo de madera flotante, luchando por una estéril supervivencia.

Cuánta realidad y cuánta tristeza, lleva hoy tu post.

Un beso

Adrià dijo...

Unas faltan y las que quedan no cuentan...

Muy oscuro!

Anónimo dijo...

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