martes, 18 de septiembre de 2007

Más natural

Vislav y Dromovic estaban en el bar de siempre. Dromovic, con un café ante sí, leía un grueso mamotreto de folios encuadernados con una espiral. Vislav bebía una jarra de cerveza.
“Fíjate, Vislav, en México se han encontrado y estudiado más de veinte mil huesos de hombres mujeres y niños”. “Qué interesante”, dijo Vislav sin el menor interés. “Oye esto: un nutrido equipo de antropólogos han estudiado extrañas marcas en esos huesos”. “Apasionante”, eructó el gas cervecero Vislav sin prestarle la menor atención”.
Dromovic lo miró con cierta desesperación y continuó leyendo sin hacer comentarios hasta que lanzó un sonoro ¡joder!
“¿Qué pasa ahora? ¿Te has pillado un huevo con la silla?”.
“Escucha” e iba a leer en voz alta, pero se interrumpió y miró a Vislav con fijeza. “¿Tú no ibas a estudiar Antropología? No entiendo por qué no te interesa esto.” “No exáctamente, listo. Voy a matricularme en Antropología, que no es lo mismo, para que mi padre deje de darme la brasa”
“¿Y eso?”
“Si no estoy matriculado en algo, el viejo me retira la pasta, y como esa carrera es la que hubiera estudiado de haber podido…!
“Eres un jeta.
“No más que otros, pero si te has de sentir mejor, cuéntame el rollo de los huesos. Igual aprendo algo”.
“Los antropólogos han llegado a una conclusión: las marcas en los huesos son de mordiscos”.
“De fieras, de leones y otros bichos, claro”, intentó Vislav simular que le interesaba el tema.
“No, tío. Marcas de bocados humanos”.
“¡Anda ya! Estás pedo, tío”
“No, el que pronto lo estará eres tú”, replicó el otro al observar la segunda jarra que un camarero ponía ante su amigo. “Se comían unos a otros. Eran caníbales.”
“Me estás vacilando, tío”.
“En absoluto, dijo muy serio Dromovic. Eran caníbales a tiempo completo, no sólo de vez en cuando”.
“Joder, joder” susurró Vislav ya sin tomárselo a chacota.
“Aseguran que el canibalismo era normal en América antes de la llegada de los españoles. Total, hace seiscientos años mal contados. En México, por ejemplo, se ofrecían los corazones de las víctimas a los dioses, pero el resto del cuerpo no. Lo cocían con maíz y el guiso se repartía entre los que participaban en el acto ritual. Incluso han encontrado recetas de cocina para carne humana. ¡Qué fuerte! Ah, y la carne humana no se comía asada; la ponían en una especie de cocido. Según un fraile de la época, la carne humana ‘sabía como la de cerdo’. Oye ¿como leches lo sabía ese fraile?”

Vislav fue veloz hacia la barra y regresó con otra jarra de cerveza, pero de litro. “Joder, me dan ganas de potar, tío. Cállate de una puta vez”. Pero Dromovic, que se lo estaba pasando de cine, continuó leyendo párrafos de lo que a su amigo le sonaba a vomitivo relato gore. “¡Ay va, la ostia! También han descubierto más de 2.000 herramientas hechas con huesos humanos. Punzones, arpones, instrumentos musicales…Toda una industria artesana." Y el muchacho reía con el mal rato de su compañero, quien siempre era el fuerte, el lanzado.
Varias jarras de birra después, Vislav regresaba a casa haciendo eses. Estaba muy borracho, pero un rastro de lucidez le indicaba que si llegaba a casa en ese estado, su padre lo pondría a caldo. Al caer en la cuenta de la frase hecha que le había venido a la mente, tuvo una intensa arcada y vomitó lo que no está en los escritos.
Caminaba vacilante junto a una valla enrejada de gruesos y artísticos barrotes, apoyándose en ella hasta que la mano con la que se guiaba encontró vacío y Vislav cayó cuan largo era. Se levantó blasfemando y continuó dando tumbos. “Buscaré un rincón para dormir un poco”, dijo a nadie, pues estaba solo en medio de alineados árboles y cuidados matorrales, que flanqueaban bien trazados caminos de tierra apretada.
Topó con otra reja, de barrotes más delgados y no tan artísticos como la primera, y subió con esfuerzo por unas rocas que había a un lado y formaban una especie de escalera natural. Arriba perdió pie y cayó al otro lado de la reja. Blasfemó, se enderezó y fue dando tumbos hacia un lugar que le pareció resguardado. Se desnudó, dobló la ropa, la colocó a un lado y se estiró. Le pareció oír una especie de gruñido en algún lugar, pero estaba tan trompa que se durmió de inmediato.
Tal vez por eso no se percató de que Antón y Antonia lo observaban.
No decían nada, ciertamente, sólo lo miraban. Tampoco hubieran podido decir un carajo, porque Antón y Antonia era una pareja de osos pardos, residentes en el zoológico de la ciudad, traídos de la Europa central.
Sin prisas, agarraron con sus garras al beodo y dormido Vislav de los pies y lo arrastraron hasta un rincón del enrejado lugar.
A la mañana siguiente, cuando Moreno y Morales, dos inmigrantes ecuatorianos con contratos temporables, fueron a la jaula de los osos pardos para echarles la comida, como hacían cada día, palidecieron. Palidecieron tanto que parecían personajes de cómic sin colorear. En el rincón donde solían comer Antón y Antonia, estaba la sanguinolenta cabeza de Vislav, varios enrojecidos huesos desperdigados con restos de carne y una desigual mancha de sangre que oscurecía. En otro punto de la jaula, había un montoncito de ropa doblada y un par de zapatos.
Cuando Moreno y Morales penetraron en la jaula para recuperar lo que restaba del cadáver de Vislav, adecuada y reglamentariamente protegidos y armados con sendos palos con un tridente en la punta, los osos se cabrearon mucho. Se cabrearon, porque quienes les daban la comida cada día pretendían interrumpir el desayuno con los restos de la cena de la noche anterior, una cena conseguida por ellos, como cuando estaban en las montañas.
Vislav estaría contento de haber podido saber cómo había acabado: se lo habían comido unos osos, que era algo más natural.

2 comentarios:

Tesa Medina dijo...

Sé que es un poco bestia, pero me he reído, a mi humor un poco negro le van estas historias surrealistas con un toque mínimo de gore.
Muy bueno el cuento.

Ya sé porque se cabreaban los osos, jamás habían comido una carne tan exquisita y tibia, al menos desde hacía mucho tiempo. Pero lo que seguro nunca habían degustado era carne “a la cerveza”.

¿Has probado a echarle al solomillo de cerdo cerveza en vez de agua para que haga chuff, chuff, con el sofrito? Pruébalo y entenderás a los osos.

Tus historias oscuras con humor son mis preferidas.

Besos.

Adrià dijo...

Honesto duro y pragmático a mí me mola, algunas veces pienso que el canibalismo era una anécdota comparado con algunas cosas actuales!